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Policiales

Sicarios en Rafaela: los dedos marcados, blancos repetidos y el changarín de los 6 teléfonos

Una huella clave, el blanco elegido para dos ataques sicarios de inusitada violencia y los datos reveladores de una trama narcocriminal que deja una marca indeleble en la región.
Agrandar imagen Policìa cientìfica trabajando en la noche del 3 de enero.
Policìa cientìfica trabajando en la noche del 3 de enero.

Corre el video. Se ve una esquina del barrio 17 de Octubre, en Crucero Belgrano al 700. Son las once de la noche de un caluroso 3 de enero, en medio de una de las tantas olas de calor que convierten al barrio en un horno a cielo abierto. Dos jóvenes aparecen en escena. Uno saca un arma y encara a las personas que están sentadas en la vereda. A cuatro o cinco metros del objetivo, dispara. Uno, dos, tres, varios tiros. Su acompañante también se anima. Los dos vinieron a gatillar, al bulto, a blancos cercanos. Un hombre, Angel G., recibe un impacto en el abdomen. Olga C. también, pero en la cadera. Los dos se zambullen en el interior de la casa, para intentar ponerse a salvo de los tiros. Son 16 balazos a mansalva, pero sin precisión, quizás porque los asesinos están apurados y se preocupan más por asegurar la ruta de escape que por afinar la puntería. Tres balazos pegan en un Fiat 147 que está parado en la zona. Más allá hay pibitos que juegan, que corren, que se asustan, que se espantan. Pronto el ulular de las sirenas reemplaza al seco estampido de los calibres 3.80 utilizados en el ataque. La conmoción gana al barrio. El video replica las imágenes miles de veces: navega a la velocidad de internet, llega a los medios nacionales. Se hace viral. Tan viral como el espanto.

Tres meses después de aquél 3 de enero, el fiscal Guillermo Loyola libra una orden de captura contra Sergio S., nacido el 2 de agosto de 2004, en Rosario, de ocupación declarada "changarín". Hay una sospecha firme que lo relaciona con la balacera del 17 de Octubre. El sábado 6 de mayo, Sergio S. iba en moto con Uriel G. Era una moto robada en Santa Fe. Se les detuvo el vehículo en la sombría esquina de Roque Saénz Peña y Santa Fe, en la vieja estación de servicio abandonada que hay en ese lugar. Llegó una patrulla policial. Hubo un chequeo de rutina y Sergio S., buscado desde abril, cayó sin resistencia y sin que hubieran ido a buscarlo.

Alto, de buena presencia, vestido prolijamente y con el cabello corto coronado con algunos claritos, Sergio S. se sentó en el banquillo de los acusados el miércoles 10 de mayo. El fiscal Guillermo Loyola concurrió acompañado por Gabriela Lema. No fue casualidad: Lema es una de las fiscales que investiga a la banda de Evelio "Yiyo" Ramallo, acusado de ser el instigador -desde la cárcel- de al menos una docena de ataques sicarios en Rafaela y localidades vecinas, con su secuela de asesinatos consumados y otros que no lo fueron por milímetros. Tres muertos en Rafaela: Rudy González, Marcelo Sánchez y Miguel "Mosquito" Mendoza.Y media docena de intentos que no se consumaron “por razones ajenas a la voluntad” de los imputados, como dicen los argumentos de la Fiscalía en cada uno de los casos.

Ahora, ante el juez de la Investigación Penal Preparatoria Javier Bottero, Loyola acusó a Sergio S. bajo la figura de homicidio agravado por el uso de arma de fuego en grado de tentativa y portación ilegal de arma de guerra, habida cuenta que en el hecho investigado se emplearon armas calibre 3.80. En cambio, no le endilgó (todavía) la participación en una asociación ilícita, como sí ocurrió con 12 personas que están procesadas en la investigación a los laderos de Yiyo.

Los flequillos del tirador

Para el juez Javier Bottero, que debía decidir sobre las medidas restrictivas a aplicar sobre Sergio S., la tarea no resultó fácil. El famoso video es de muy buena calidad para los medios de comunicación y las redes sociales, porque ilustra sobre un ataque sicario a cara descubierta. Pero no es bueno para determinar fehacientemente las identidades de los atacantes. Al ser ampliada, la imagen se "rompe", haciendo imposible observar detalles fisonómicos de los atacantes. Así, se puso en discusión si el acusado podía ser señalado con claridad como el autor de los disparos: materialmente el hecho está probado, existió, pero de ahí a determinar quién lo cometió, hacen falta pruebas.

Los abogados defensores fueron muy enfáticos al sostener que el muchacho de las imágenes no es el mismo que el imputado. Resaltaron presuntas inconsistencias en la investigación: que no se determinó la estatura del atacante tomando referencias físicas cercanas; que no hubo rondas de reconocimiento; que faltó profundidad en la investigación; que el autor de los disparos tenía flequillos y Sergio S. aparece en fotografías de fines de diciembre con pelo muy corto. “Si conoce a alguien que en una semana le crezca así el flequillo preséntemelo a ver si soluciona mi problema”, ironizó el abogado defensor, que luce una calvicie total. Bottero descartó esas argumentaciones: si el video es de poca calidad, no sirve para sostener argumentos sobre la fisonomía del tirador que sostenga ninguna de las partes. “No veo si tiene flequillos o el pelo corto”, se sinceró el magistrado.

Fiscal y defensores ante el juez Javier Bottero, analizando evidencias.
Fiscal y defensores ante el juez Javier Bottero, analizando evidencias.
La huella de tus manos

El as en la manga del fiscal Loyola fue otro para “pegar” a Sergio S. a la balacera fue otro. Los atacantes se movían en una Ford Eco Sport negra con vidrios polarizados. El vehículo apareció parcialmente quemado en la zona Sur de Rafaela, no lejos del barrio 2 de Abril, en un área rural. Tenía patentes y documentación apócrifa. Era una camioneta melliza, de las que típicamente utilizan las organizaciones narcos para movilizar a sus soldaditos. Según el fiscal, fue incendiado intencionalmente para borrar evidencias, pero la combustión se consumió antes de lo imaginado. Falló porque el vehículo quedó cerrado y sin oxígeno para alimentar el fuego.

En la camioneta se levantaron algunas huellas dactilares, pero no había con qué cotejarlas. Es decir, las huellas estaban, pero...¿a quién pertenecían? En la base de datos no había coincidencias. Sergio S. no tiene antecedentes penales ni condenatorios, aunque se lo vincula con otro ataque sicario, ocurrido cuando era menor de edad, por encargo de Yiyo Ramallo. Sin embargo, hubo dos testimonios que dieron la pista: una mujer, que manifestó haber visto al imputado moverse en una camioneta Ford Eco Sport con vidrios polarizados; y un tal Tomás R., que a su vez fue víctima de una balacera, que solía andar en compañía del propio imputado, y que mencionó que "Wilson" y "Junior" circulaban en esa camioneta. "Wilson", para los investigadores, es Sergio S.

Ahora sí había una huella para cotejar. Y se establecieron 17 puntos de coincidencia entre las huellas dactilares encontradas en la carrocería de la Eco Sport y los dedos índice y medio del imputado. Hubo una discusión técnica: en el expediente, se habla de una huella "dubitada". El abogado defensor sostuvo que eso demostraba que la huella era "dudosa". El fiscal aclaró que "dubitada" es un término que se utiliza en criminalística para caratular a una huella digital que no se sabe a quién pertenece porque no se la podía comparar con algún registro anterior a su hallazgo. Dejó de ser "dubitada" en el momento en que aparecieron las 17 coincidencias con los dedos del imputado. A la hora de dictar la prisión preventiva, Bottero consideró que esa evidencia era clave para -en el punto en que se halla la investigación- vincular a Sergio S. con la comisión del hecho investigado.

16 tiros, 6 teléfonos y un blanco repetido

También las vainas servidas y los plomos hallados en el lugar de los hechos fueron analizados. Se encontraron 9 vainas servidas y cinco plomos, compatibles con un calibre 3.80. Uno de los plomos estaba entero: había pegado en la carrocería del Fiat 147 estacionado cerca. Se comprobó que fue disparado con la misma arma con la que se ejecutó otro ataque sicario apenas unos días antes, el 29 de diciembre, en Francia al 3.200, en el barrio Zaspe.

Para el fiscal Loyola, Sergio S. disparó once veces contra sus víctimas. El otro atacante efectuó cinco tiros. Su colega Gabriela Lema aportó la teoría del sicariato: mismo modus operandi, similar logística -un gatillero venido de Rosario, "aguantado" en Rafaela, circulando en un auto "mellizo" y barato de descartar, o en una moto robada en otra jurisdicción, con "entregadores" locales, moviéndose en las zonas oscuras de la narcocriminalidad-, víctimas repetidas. Argumentos de la defensa: nada tiene que ver con el hecho investigado porque no hay evidencias que vinculen a “Yiyo” con este episodio. “Todas especulaciones, suposiciones, ninguna evidencia”, recalcó el defensor.

Pero sí hay datos objetivos que no fueron objetados: las huellas dactilares en la camioneta quedaron sin explicación por parte del imputado. Y luego están las víctimas repetidas. Los dos heridos en la balacera del 3 de enero viven en la casa de Sebastián G. Éste es el mismo hombre que en la noche del 6 de febrero de 2022 festejaba un cumpleaños en una vivienda de la zona de quintas de Bella Italia cuando una familia llegó a la celebración y se encontró con dos pibes en moto que preguntaron por Sebastián. Uno de los pibes -se acusa al menor alias "Tomajugo"- disparó a boca de jarro contra los recién llegados. Una víctima, de 19 años, terminó internado en terapia intensiva en el Hospital y salvó su vida por milagro. A Sebastián G. le llegó un mensaje de Yiyo Ramallo esa noche: "te salvaste por un ratito". Desde la cárcel, Yiyo lo conminó a entregar la casa: “andate de la casa y dejá las llaves y la escritura en la mesa”. Los investigadores de la balacera en el 17 de Octubre creen que los G. siguen en la lista de blancos de Yiyo. Y que los gatilleros del 3 de enero venían con otro mensaje para el dueño de casa. La pelea por el territorio narco está en el fondo de todo, dicen desde el MPA.

Con la prisión preventiva sin plazos aplicada al imputado, los investigadores esperan tener más tiempo para periciar el teléfono que se le secuestró a Sergio S. Creen que en el aparato podrán encontrar otras evidencias relacionadas con el caso y también con otros episodios relacionados con la transa violenta.

Sergio, con domicilio legal en Rosario, pero habitué en un domicilio del Güemes que fue allanado en la madrugada del domingo, declaró ser changarín, una ocupación precaria y de escasos ingresos. Pero tiene seis líneas telefónicas a su nombre, en dos compañías telefónicas distintas. Loyola no dejó de remarcar ese dato al mencionar los argumentos para sostener el riesgo de entorpecimiento probatorio y el peligro de fuga que existía en caso de aplicarle medidas alternativas al acusado, es decir, un régimen benévolo de libertad condicional. El juez le dio la razón con su decisión.

La crónica de estos acontecimientos no es otra cosa que un resumen de lo que se ventiló en la audiencia pública del miércoles. No es un relato novelado de una ficción. Realidad pura. Pasa en Rafaela. Donde un solo hombre, desde una cárcel de máxima seguridad, parece no tener límites y sus soldaditos aparecen detrás de los hechos más violentos que se puedan imaginar en la vida de una ciudad. ¿Habrá nuevos capítulos? Ojalá que no.

 

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