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El impacto de la venta de Ilolay: las claves y lo que hay que saber

La adquisición del paquete accionario de Sucesores de Alfredo Williner generó amplias repercusiones por tratarse de una “nave insignia” de la industria nacional rafaelina. ¿Cómo seguirá la historia?

“Vendieron Williner a una multinacional francesa”. La frase, así de contundente y lacónica, es la que se replicó el miércoles en grupos de whatsapp, en mensajes de amigos, en el susurro de los despachos oficiales y en el vocerío de los negocios más concurridos. A veces, acompañada por algo de incredulidad: la réplica del comunicado de las familias Williner, Bañón y Curiotti fue viralizada en las redes con la pregunta consabida: ¿esto es cierto?

Sí, es cierto. Se vendió Williner. La empresa creada por Alfredo Williner en 1928, proyectada y enriquecida por los herederos que le dieron nombre y sustancia a la compañía, “Sucesores de Alfredo Williner”, fue mucho más que una razón social. El concepto de empresa familiar encontró arraigo resumido en esa firma, “los Williner”, que recogió una tradición singular de valores familiares, inteligencia en los negocios y capacidad para interpretar las lecciones del largo plazo, que le permitieron convertir al apellido familiar en una marca de responsabilidad social empresaria.

El impacto

Williner no es una empresa más. Fue y es un emblema de la industria láctea nacional. Pero además es una de las joyas de la corona de la industria rafaelina que tanto orgullo genera en esta parte de la provincia de Santa Fe. La historia de Rafaela distingue en un podio selecto a tres empresarios sobresalientes de la primera mitad del siglo XX: Faustino Ripamonti, Luis Fasoli y Alfredo Williner. Y si uno sigue los hitos encontrará que, en la segunda mitad del siglo pasado, Williner fue una nave insignia del desarrollo industrial rafaelino, junto a la Edival de Edison Valsagna; las 3B de Juan FB Basso; VMC de Victorino Modenesi; los frigoríficos, Frío Raf y otro puñado de industriales que le agregaron su sangre al adn de la industria rafaelina. Un componente clave de ese adn empieza con la W de los Williner, que incluye a personalidades de la talla de Armando Williner, y se proyectó en el tiempo en figuras que también fueron señeras en la industria láctea nacional, como el caso de Alfredo Curiotti. La lista seguiría, pero se puede resumir allí, a riesgo de ser injustos en la selección de la nómina.

Por supuesto que el impacto de la noticia del viernes tenía que ser necesariamente amplio. En Rafaela hay un barrio Ilolay. Hay un Jardín de Infantes Alfredo Williner. Hay un Anfiteatro Alfredo Williner. Hay una avenida Alfredo Williner. La impronta del apellido no es casual: el barrio nació para darle acceso a la vivienda a los trabajadores de la empresa; el Jardín se construyó con fondos de la empresa para educar a los chicos del barrio y a miles de niños que pasaron y pasan por sus aulas. Y lo mismo pasó con el Anfiteatro, con la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás. El Instituto Superior del Profesorado se construyó en un terreno donado por Williner. Vivienda, Educación, Cultura, religión. Cuando la empresa cumplió 75 años, en 2003, había una crisis terminal en el país. El horno no estaba para bollos ni para tirar manteca al techo. ¿Cómo festejó Williner? Equipó completamente una sala de Neonatología en el Hospital Jaime Ferré. No, Williner no hizo negocios para hacer beneficiencia. Pero tuvo acciones de responsabilidad social empresaria que muy pocos pudieron repetir.

Por todo eso la operación comercial revelada este miércoles causó altísimo impacto en la comunidad. Y se entiende: una empresa con tanta tradición, y tan familiar, y tan rafaelina, y tan “nuestra” en el sentido de la identidad regional, pasó a ser propiedad de una multinacional francesa, de un acento extraño, de gente que no se conoce. ¿Y qué pasará, entonces?

Las claves

Hay claves, por supuesto. La primera: lo que se vendió es Sucesores de Alfredo Williner. Significa que la operación sólo alcanza al brazo industrial del grupo, incluyendo su marca de referencia y las submarcas, más las plantas de Bella Italia, Arrufó y El Trébol, así como sus sucursales.

La venta NO incluye toda la producción primaria, tanto o más extendida e importante que la producción industrial en términos de capital y management. Las Taperitas administra decenas de tambos que son proveedores de Sucesores, y esa relación continuará con Savencia, los nuevos dueños franceses. Por eso los Williner tendrán representantes en el directorio de la nueva sociedad. El negocio de la producción primaria implica cría y recría de ganado; producción porcina; producción lechera, agricultura intensiva y explotaciones forestales, entre otras actividades.

¿Por qué la venta? La respuesta, obviamente, deberán darla los integrantes del grupo. Pero la industria láctea atraviesa una coyuntura de grandes desafíos. Hacen falta espaldas financieras muy grandes para enfrentar una competitividad creciente, con márgenes de rentabilidad muy reducidos y volúmenes de producción muy cambiantes. La industria sólo puede procesar lo que sale de los tambos. Y es un negocio singular, en el que el comprador (la industria procesadora) pone el precio (a la leche cruda que necesita como materia prima), pero está obligada a comprar todo lo que el proveedor (el tambero) le pone en el camión los 365 días del año.

Una sequía feroz altera muchos planes: eleva costos, obliga a interactuar con los tamberos y genera el desafío de cómo llenar los caños de la industria, pero a la vez no se puede descuidar la otra punta de la cadena, porque perder espacio en las góndolas también es una condena a muerte asegurada.

Esa circunstancia –necesidad de invertir y cargas financieras que se vuelven insoportables- pudo haber sido un factor clave en la decisión. No menor el hecho de que la sociedad está integrada por personas físicas que pertenecen a la cuarta y quinta generación. Aunque la conducción de los negocios esté profesionalizada desde hace muchos años, la atomización de la sociedad familiar es un proceso natural que puede ser determinante en la toma de decisiones ante escenarios tan complejos como el de la cadena lechera, de extremo a extremo.

Lo que puede pasar

En la misma mañana de este jueves se está desarrollando una reunión informativa con el plenario de delegados de los trabajadores. El mensaje que está bajando es que todo sigue igual. Pero está claro que nada será igual, porque hay otros dueños. Lo central es que se mantendrán los puestos de trabajo. Sucesores de Alfredo Williner no fue vendida en medio de una crisis de pago con proveedores o con empleados, ni está inmersa en un caos como el que envolvió a SanCor y que por momentos afecta o afectó a otros actores de la industria láctea. No hay conflictos con tamberos, no peligra la provisión de materia prima ni hay “corrida” de tamberos. Al contrario, el hecho de que el nuevo dueño ya gestione Milkaut y Santa Rosa, otras dos compañías emblemáticas en la región central de Santa Fe, permite inferir que Ilolay se posiciona como integrante de un grupo que aspira a la ropa del jugador número dos del sector, apenas por debajo de Saputo, que no por casualidad tiene una planta trabajando a full en Rafaela, impulsada por el negocio quesero.

Con un portafolio de productos amplio, con espaldas financieras para inversiones necesarias, el nuevo acento francés de Ilolay le pondrá otros ingredientes a una fórmula que durante 95 años fue un gran orgullo de la tradición rafaelina. Con el sentido práctico de la pampa gringa, siempre se dijo que un cheque de Williner era como plata en efectivo. Ese símbolo de confianza que fue el motor principal de la familia en el mundo de los negocios ahora tendrá otras particularidades que lo harán renovarse. O al menos esa es la expectativa central de un negocio cuyos detalles principales son parte del mundo reservado de sus protagonistas.

 

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